Los Intelectuales

Es el viejo estilo, los intelectuales de hoy que han declarado su propia bancarrota al abandonar el intelecto. Lo que necesitamos hoy, lo que yo llamo «el nuevo intelectual», sería cualquier hombre o mujer dispuesto a pensar. Eso significa, cualquier hombre o mujer que sepa que la vida del ser humano debe ser guiada por la razón, por el intelecto, y no por sentimientos, deseos, caprichos o revelaciones místicas. Cualquier hombre o mujer que valore su vida y no pretenda cederla al culto a la desesperación, al cinismo y a la impotencia, y que no desee ceder el mundo al obscurantismo y al dominio de los colectivistas.
Ayn Rand

Un intelectual, la misma palabra nos lo hace suponer, es una persona que usa su intelecto. La palabra viene de inteligencia. No someteré al lector a una larga revisión de todas las definiciones de inteligencia, pero creo que podemos aceptar que es utilizar la razón para entender lo que sucede a nuestro alrededor y actuar en consecuencia. Ya sea para simplemente sobrevivir o para resolver problemas complejos, siempre necesitamos de esa capacidad para entender la realidad.

Los intelectuales modernos, desde luego, no se han enterado.

Resultará difícil de creer, pero hubo un tiempo en que los intelectuales se ganaban la vida utilizando el intelecto. Solían hacer uso de la razón para entender la realidad, y después utilizaban ese conocimiento para mejorar su vida y la de muchas otras personas. Fueron esos hombres y mujeres los que nos dieron la justa humildad de aceptar que la realidad es precedente a nuestros miedos y prejuicios, y que la única forma de cambiarla es entendiéndola. Nos mostraron que es la razón -y no la revelación- el único medio de adquirir conocimiento, y que por lo tanto, ningún rey o sacerdote podía presumir de mandar sobre otros seres humanos.

Aristóteles, Spinoza, Locke, Smith, Paine. Y muchos otros. Fueron hombres que utilizaron la fría razón -intelecto puro-, y llegaron a la única consecuencia lógica: que cada ser humano es único, dotado de capacidad, que no le debe su vida a ninguna autoridad y que tiene derechos que ningún hombre o estado puede quitarle. Derecho a la vida, a la libertad y a la propiedad -fruto de su propia capacidad. Y muchos de esos hombres utilizaron su intelecto en épocas en las que era peligroso hacerlo. A ellos -intelectuales de verdad-, les debemos mucho.

Pero siempre que alguien hace algo que vale la pena, nunca falta otro que viene a arruinarlo.

En el siglo XIX llegó Marx y nos dijo que el deber de cada hombre es convertirse en sacrificio humano en el altar del bien común. Otra pandilla de filósofos nos enseñó que la razón es innecesaria, que entender la realidad no es importante y que ser inteligente nada tiene que ver con entender el mundo, sino con utilizar palabras rebuscadas que nadie pueda entender. Y una horda de sus seguidores -los intelectuales de hoy- terminaron por imponer esas doctrinas a millones de seres humanos.

La mayoría de los intelectuales de hoy basan sus ideas en sentimientos y en prejuicios. Critican amargamente a las religiones cuando ellos mismos se han convertido en una nueva clase de místicos. Si Monsivais dice algo, hay que aceptarlo como verdad. Igualito que el Papa al que tanto dicen odiar. Los intelectuales que perpetuan la falsa dicotomía de derecha-izquierda, de ricos y pobres, de malos y buenos.

Los intelectuales, siempre políticamente correctos, que nos dicen que hay que respetar los usos y costumbres de los indígenas, aún los que niegan los derechos más básicos de las personas. Que justifican el asesinato y la esclavitud en nombre de la tolerancia religiosa.

Los intelectuales que predican que los extranjeros y el capitalismo son el mal supremo, mientras venden libros y viajan por el mundo. ¿Que diría Frida Kahlo, esa mediocre pintora obsesionada con su propio dolor, y que manifestaba su fanática devoción a Stalin, si viera en cuánto se venden sus pinturas estos días?

Los intelectuales que viven a costa de los contribuyentes, mientras que hacen como que luchan contra el sistema que permite que no mueran de hambre. Que justifican el daño a otras personas siempre y cuando sea benéfico para una revolución que sólo existe en sus arrogantes mentes. Que aceptan a dictadores y tiranos si estos utilizan la retórica apropiada.

O los intelectuales que hablan de injusticia, de dictaduras y de fraudes, y que denuncian la falta de libertad de expresión, mientras al borde del éxtasis escuchan la canción que les dedica un dictador de los de verdad.


Llegará un día en que el dinero del petróleo no le alcanzará para comprar a la gente, y Hugo Chávez utilizará las AK-47 contra su propio pueblo. Es probable que para ese entonces la señora Poniatowska ya este muerta, y tal vez eso sea lo mejor: ningún ser humano debería de sentir ese tipo de vergüenza.