21 de Diciembre: un Día como Cualquier Otro

Los calendarios son una invención humana. Su propósito: dar una apariencia de orden a lo que en realidad es caos. Desde el punto de vista humano (y eso va desde las pocas décadas que como individuos experimentamos la naturaleza, hasta el puñado de milenios durante los cuales, como especie, la hemos observado y medido), el día y la noche, la luna llena y la luna nueva, la primavera y el otoño, parecerían ir y venir con la precisión de un mecanismo de relojería.

Pero esa precisión es en realidad una cuestión de escala. Las fuerzas que determinan la velocidad en la que nuestro planeta gira sobre su propio eje, el ángulo en el que lo hace, y el tiempo que le toma completar su órbita alrededor del sol son variables. Desde nuestro punto de vista estos cambios apenas son perceptibles, pero desde el punto de vista cósmico son considerables. La duración del día aumenta 1.7 milisegundos cada siglo. Una variación imperceptible para nosotros. Una variación enorme para un planeta cuya existencia, al final de su historia, habrá sido de unos catorce mil millones de años.

En la mayoría de las civilizaciones antiguas la observación de los astros y la medición del tiempo eran disciplinas reservadas para las élites educadas, vinculadas a las instituciones religiosas. Es probable que esa vaga cualidad espiritual o mística de los ciclos del tiempo que aún perdura en la mente de muchas personas tenga ahí su origen. Lo cierto es que los calendarios son herramientas, y como tales, son imperfectos. Su uso está limitado por el tiempo y el espacio. Son, en realidad, sistemas bastante mundanos, sin ninguna trascendencia más allá de su utilidad práctica y de su influencia en las actividades humanas.

Las fechas no son mas que etiquetas que le ponemos a cada día. Su propósito es práctico, por lo que el sistema mediante el que creamos y asignamos estas etiquetas debe ser lógico y consistente. Por eso usamos números y nombres que se repiten. Días, semanas, meses, años. Podemos ir más allá: sustituir los nombres por números. De esta manera, el primero de Enero de 2012 puede representarse como el 01.01.12. Un sistema sencillo y práctico.

Ocasionalmente, estas etiquetas toman formas curiosas. Como hace unos días, el 12 de Diciembre, que podía ser representado como 12.12.12. Una forma curiosa, pero, al final del día, irrelevante. ¿Irrepetible y única? Si, al igual que cualquier otra fecha que a uno se le pueda ocurrir.

Y ni siquiera universal: el 12.12.12  fue el 28.01.1434 para el mundo musulmán, el 28.09.5773 en el calendario judío, el 22.03.221 para los revolucionarios franceses y el 1355270400 para los sistemas basados en Unix. Estas diferencias hacen evidente otra característica de los calendarios: comienzan su conteo en puntos en el tiempo completamente arbitrarios, determinados por las creencias y la idiosincracia de quienes los diseñan, no por hechos de importancia cósmica, ni siquiera de importancia histórica.

Para ir más lejos: el hecho de hace unos de días haya sido el 12.12.12 es producto de serie de decisiones arbitrarias. El año en que comienza nuestra era no fue determinado sino hasta el siglo VI, y el cálculo en el que se fundamentó fue, por decirlo de una forma sutil, cuestionable.

Al final, el 12.12.12 (y demás fechas que despiertan en nosotros esa muy humana fascinación por los patrones) no es mas que una curiosidad. Atribuirle cualquier tipo de cambio o evento que afecte nuestra existencia no es muy distinto a ver la imagen de la virgen en una mancha de humedad en la pared. Es ver lo que queremos ver, buscar un significado en donde no lo hay.

Los calendarios están formados por ciclos que a su vez están contenidos dentro de otros ciclos. Cuando un ciclo llega a su final, vuelve al punto de inicio, pero el ciclo que lo contiene avanza una unidad, como el odómetro de un automóvil. El 31 de Diciembre da lugar al 1o de Enero, pero el año pasa de 2012 a 2013. Es un sistema tan sencillo que apenas nos damos cuenta de que está ahí.

Excepto cuando encontramos al mismo sistema en otro contexto, y lo interpretamos como el fin del mundo.

Los antiguos Mayas utilizaban de forma simultánea distintos calendarios, cada uno con un propósito distinto. Uno de ellos (el cual, por cierto, era también usado por otras culturas mesoamericanas) es el llamado Cuenta Larga. Su propósito era el de registrar eventos históricos a lo largo de periodos extendidos de tiempo.

Al igual que el calendario gregoriano, la unidad básica del calendario de Cuenta Larga es el día, o kin. Las similitudes terminan ahí: veinte kin equivalen a un uinal. Dieciocho uinal equivalen a un tun. Veinte tun equivalen a un katún. Veinte katún, equivalen a un baktún, que, en consecuencia, es un ciclo de 144 mil días. Cada ciclo o unidad de tiempo tiene una posición de derecha a izquierda, comenzando por el kin.

De esta forma, la fecha 0.0.0.0.1 correspondería al primer día de la cuenta (Agosto 11, 3114 AC, fecha representa la fecha de la creación del mundo de acuerdo a las creencias mayas). Hoy, 18 de Diciembre de 2012, es el 12 baktún, 19 katún, 19 tun, 17 uinal, 17 kin. O, de forma abreviada, 12.19.19.17.17.

¿De dónde viene la creencia de que el 21 de Diciembre es el fin del mundo (lo que sea que eso signifique)?

Este 20 de Diciembre, de acuerdo a la Cuenta Larga, es el 12.19.19.17.19, último día del baktún 13… y el inicio del baktún 14 (13.0.0.0.0). Eso es todo. Es exactamente lo mismo que pasar  del año 1999 al año 2000: lo único que cambia es el sistema de numeración.

Otra interpretación nos remite a los mitos de creación comunes en la mayoría de las culturas mesoamericanas, en las que otros tres mundos sabrían existido con anterioridad al nuestro, cada uno siendo destruido para crear el siguiente. De acuerdo al Popol Vuh, texto que compila leyendas y tradiciones de los mayas K’iche, el mundo anterior al nuestro habría sido destruido al concluir el baktún número trece, el 11 de Agosto, 3114 AEC. Algunos autores modernos, ajenos al estudio profesional de la cultura maya, han caído en una extrapolación fácil: si el mundo anterior terminó después de trece baktún, el nuestro también tendría que hacerlo.

Esta interpretación tiene una falla crucial: sabemos que, en 3114 AEC, nuestro mundo no fue destruido ni fue creado. Por el contrario, hay suficiente evidencia arqueológica de los eventos que ocurrían en el mundo por esas épocas: los primeros faraones gobernaban Egipto, la civilización Minóica surgía en Creta, la escritura cuneiforme se comenzaba a a utilizar en Sumer, y comenzaba la construcción de Stonehenge.

Los antiguos mayas eran grandes matemáticos y astrónomos, pero eso no les impedía creer en mitos, ni les daba conocimientos exclusivos sobre la historia de nuestro planeta.

Y lo que es más: si bien el Popol Vuh establecía que la duración de un mítico mundo anterior había sido de trece baktún, no quiere decir que esta creencia fuera común a toda la cultura Maya, ni de que existiera la creencia de que el mundo «actual» sería destruido.

En pocas palabras: la creencia de que este 21 de Diciembre el mundo terminará de forma catastrófica no es sino una interpretación arbitraria de los mitos de una civilización antigua. Los antiguos mayas no profetizaron el fin del mundo. Los modernos mayas no creen en él.

Otros elementos acompañan a esta interpretación: planetas o cometas que se estrellarían contra la Tierra, alineaciones de cuerpos celestes, «cinturones fotónicos». Ideas fantasiosas y sin fundamento: a estas alturas, cualquier objeto en curso de colisión contra la Tierra podría verse en el cielo. Las «alineaciones» entre cuerpos celestes son tan usuales como carentes de significado. Y el concepto de un «cinturón fotónico», para cualquiera con un conocimiento básico de Física, ni siquiera tiene sentido.

Y por las mismas razones que una catástrofe planetaria no nos destruirá en un par de días, tampoco pasaremos a otra dimensión, ni se elevará nuestra conciencia, ni nos llenaremos de luz, ni ocurrirá ninguna de esas cosas descritas por el tipo de frases vacías que a los gurús newageros les gusta tanto usar.

Estas quizás sean interpretaciones menos fatalistas, pero, después de todo, hay algo perverso y triste en la noción de que nuestras vidas están incompletas, y que necesitamos que llegue cierta fecha, o que ciertos astros se alineen, para que dejen de serlo.